Tomás Morales:


Balada del niño arquero

 

I
El rapaz de los ojos vendados golpea mi puerta
y su golpe atraviesa temblando la casa desierta:

—Voy, Amor… ¡Con qué afán mis deseos bajaron a abrirte!
Entra, Amor; francas tengo mis puertas para recibirte…

¡Todo el día arreglando mi casa, desde muy temprano,
porque en todo resultara digna del gentil tirano!

Las estancias recogen el ánimo de pulcras y olientes.
He colmado los viejos tibores de flores recientes

y por dar a su carne rosada reposo y provecho,
con plumón y con cándidos linos conforté mi lecho…

¡Como un ascua reluce esta noche mi vieja morada,
cual si lleno la hubiesen de estrellas, toda iluminada!

El rapaz de los ojos vendados golpea mi puerta
y su golpe estremece de gozo la casa desierta…

—¡Te esperaba! A mi ruego devoto fue blando el Destino;
con las rosas primeras del año te alfombré el camino

y en la arcada de piedra musgosa que marca el lindero,
bajo un verde festón de follaje, colgué este letrero:

«¡Caminante que llevas por báculo un arco encantado
»y a la espalda, supliendo la alforja, tu carcaj dorado:

«no prosigas tu viaje más lejos, que estás en tu casa.
»Jovencito:¿ Si Eros o Cupido te llamares? ¡Pasa!»

El rapaz de los ojos vendados franqueó mi puerta:
¡su visita dejó perfumada la casa desierta!


II

¡Cuatro veces fui muerto, cuatro veces, Amor, me has herido!
¡Más de cuatro pasaron tus flechas silbando a mi oído!

¡Cuatro heridas sangrientas que el arquero causó, envenenadas!
¡Oh dolor! Cuatro duras saetas en mi alma clavadas:

La primera en la frente descargó su artificio violento…
¡Su ponzoña hizo presa en la llama de mi pensamiento!

La segunda, en los ojos. ¡Ciego soy, mas me sirve de guía,
en la ruta, una mano que siento temblar en la mía!

La tercera, en la boca. ¡Mi mal tiene delirio sonoro:
repetir de continuo las cifras de un nombre de oro!

Y la cuarta en el pecho… ¡Oh, mal haya la punta homicida,
que, a la par de causarme la muerte, dejóme la vida!

¡Cuatro veces fui muerto, cuatro veces, Amor, me has herido;
más de cuatro pasaron tus flechas silbando a mi oído!

¡Oh tristeza! Mi alma, que un pacífico sueño envolvía,
por tu causa salmodia la pena de esta letanía:

«Duro Amor veleidoso… Simulacro de eternos ardores:
»te juzgamos propicio tan sólo para nuestras flores!

«Breve Amor lisonjero… Decidor de una paz no turbada!
»tu licor en mis labios sedientos fue sed renovada!

«Cruel Amor fatalista… Olvidar tus cadenas no es dable;
»¡tienes toda la inmensa amargura de lo irremediable!»

De tal modo mi queja a los aires lanzó tus rigores…
¡En mi ser batallaban conmigo los cuatro dolores!

¡Cuatro veces fui muerto, cuatro veces, Amor, me has herido…!
más de cuatro pasaron tus flechas silbando mi oído!


III

¡He cerrado la verja de hierro que guarda la entrada
y he arrojado después al estanque la llave oxidada!

Por troncar en olvido apacible mis duros enojos,
he atrancado las puertas del patio con dobles cerrojos,

y he clavado las altas ventanas que vieron al frente
los lejanos pinares dorados al sol del poniente…

¡Estoy solo; mi espíritu es lleno de un algo inefable!
Mal curado de amores, ya pronto estaré saludable…

De las viejas cenizas mis manos hurtaron el fuego
y en el vivo y cruel sobresalto pusieron sosiego…

¡Oh, qué bien este canto sereno que en mi alma se vierte!
¡Oh, cuán grande este dulce reposo que es casi una muerte!

¡Oh, temor! En el harto silencio se escucha un ruido:
¡alguien anda crujiendo la arena del parque dormido!

¡Han hablado: oigo voces perdidas al pie de la fuente!
Voy a ver… ¡Es tan sólo un capricho de convaleciente!

Abriré los maderos, no abriré los velados cristales.
¡Nadie puede forzar de mi empeño los firmes umbrales,

que he cerrado la verja de hierro que guarda la entrada,
y he arrojado después al estanque la llave oxidada!

¡Nada veo! El misterio nocturno de mi alma se adueña…
¡El jardín en la noche de plata parece que sueña!

Abriré; sólo vanos temores turbaron mi aliento:
Son fantasmas que fingen los pinos mecidos del viento…

El silencio del alma al silencio del parque se aúna.
¡En el cielo se abrió, toda blanca, la flor de la luna!

En las sombras un pájaro arrulla quejosos remedos.
Un temblor que renueva mi angustia, me llena de miedos…

¡Algo cruza en un rápido vuelo rozando mi oído!
Un silbido atraviesa la noche… ¡Gran Dios, me han herido!...

¡He cerrado la verja de hierro que guarda la entrada,
y he arrojado después al estanque la llave oxidada!...

ENVÍO

¡Otra vez, dura flecha, por matarme saliste traidora
de la aljaba de los ojos negros de la flechadora!

¡Otra vez en mi carne te clavaste con alevosía
y tu hierro gustó el dejo amargo de la sangre mía!

Di a la mano de nieve que lanza contra mi ventura
que al tú herirme respondió mi pecho con ciega locura:

«¡Bienvenida saeta, mensajera de males de amor!
¡Si hay dolor en tu punta acerada… divino Dolor!...»