EL DESPRECIO, HUMILLACIÓN Y RENCOR


DE DONDE NACE LA AVERSIÓN Y ENEMISTAD

 

He conocido una historia de un lejano pueblo donde han ocurrido hechos que afectan de forma especial a personas muy concretas y por eso  expongo este modesto punto de vista  a continuación, sobre el desprecio y el rencor.

 

El despreciado sufre una emoción que afecta de forma inmediata y duradera al sentimiento y a la pasión y,  no es un sentimiento de ira, de miedo o alegría, es un sentimiento que se define como algo mas hondo, es una pasión que posee la intensidad de las emociones y la prolongación en el tiempo del dolor y no cura con el tiempo sino que aviva el rencor.

 

Y de este rencor nace el resentimiento, el encono, la enemistad, la aversión y quizá la maldad.

El desprecio nunca provoca tolerancia, benevolencia o compasión porque es un agravio, real o imaginado que puede amargarnos durante toda la vida y como un veneno de absorción lenta, va emponzoñando nuestra alma hasta desembocar  en extremos que pueden  generar  hechos  tristes y lamentables.

 

Me contaban mis abuelos que en las aldeas, durante la guerra civil, muchos  de los fusilados por ambos bandos, no lo fueron por cuestiones políticas, sino por resentimientos y desprecios entre vecinos de un mismo pueblo, por cuernos, por una simple linde, por un alarde de presunción, por una mirada a destiempo a la novia, por haber sido un rival amoroso o haberle quitado la novia, por  enemistades de familias, y sobre todo por los desprecios  y humillaciones sufridas.

 

Y aunque parezca  terrible, no es difícil ponerse en su lugar, porque todos aun en circunstancias menos dolorosas tras una injusticia, una humillación o un desprecio, hemos actuado igual y por buenas personas que seamos si estamos poseídos por la pasión provocada por una de esas situaciones, no podemos  optar por el olvido o el perdón, hasta en tanto no se repare la ofensa, porque el perdón ( que la cabeza domine al corazón) es incompatible con la pasión provocada por el rencor

 

El rencor producido por una ofensa o agravio como es el desprecio o la humillación es una pasión autosuficiente que crece como si fuera un tumor y se alimenta a si misma, desatando la respuesta emocional incontrolada en determinado momento.

El agravio sufrido por un desprecio o humillación no provoca una reacción inmediata como la ira, que te empuja a actuar antes de pensar, sino que genera una pasión duradera cocinada a fuego lento en los fogones del odio

 

Las cavilaciones irracionales muchas veces, que potencian la idea de victivismo, van generando poco a poco un estado de hostilidad que termina en un sentimiento agresivo con un obsesivo deseo de revancha. Así se van anulando nuestro esquema de valores, ya que esta cavilación obsesiva  provoca en nuestro cerebro un fanatismo que ciega  y obstruye un normal razonamiento, que se alimenta  solamente del odio y el rencor.

 

La única forma de evitar situaciones de este tipo, es o bien reparar  la ofensa por parte de quien la cometido o bien hacer un máximo esfuerzo por parte del agraviado  para no acordar constantemente dicha ofensa. Pero desmontar un agravio es difícil y pocas veces tiene solución.

Los desencadenantes de este amargo resentimiento suelen ser tres: La injusticia sufrida, la vanidad atacada y a veces la envidia. De entre todas la que más duele y la que mas desencadenantes provoca  es la vanidad, aunque resulte paradójico.

 

Un ridículo, una humillación o un desprecio son demoledores para el ego, para el amor propio, aunque  curiosamente no sean actos delictivos, aunque también depende de los niveles de suspicacia u orgullo del que se siente ultrajado.

 

Con esto no estoy justificando la reacción del ofendido, sino tan solo exponer la naturaleza de nuestros comportamientos que sin ser propios de personas hostiles, si se asocia a otros rasgos del carácter, no solo de emociones negativas o problemas sociales sino de problemas cardiacos o de hipertensión.

 

Si a esto le añadimos la natural desconfianza en el ser humano no es de extrañar que ciertas inquinas se prolonguen indefinidamente en el tiempo, como ha pasado con los recelos acumulados en el tiempo, debidos a  nuestra pasada guerra civil.

 

De todo ello se deduce  que el que ofende y humilla se crece en su soberbia con la misma intensidad que el ofendido se crece en su rencor.

Si queremos vivir en paz como una sociedad civilizada, el que ha ofendido debe saber que hará bien en reparar el daño y el agraviado debe saber también que el rencor oscurece la alegría, la ilusión y el optimismo y que deben saber perdonar sin que ello signifique poner la otra mejilla, porque  el olvido y el perdón  solo serán viables, cuando se ha reparado el agravio y la humillación.

 

fenix

Comentarios a: