Historia de la despoblación
Aunque el problema actual de despoblación rural que sufre España se haya
generado en los últimos cincuenta años, no debemos pensar que se trata de un
fenómeno nuevo. A lo largo de la historia los movimientos migratorios y
altibajos demográficos han sido una constante desde que el Hombre comenzó a
vivir de forma sedentaria. La despoblación de un territorio se produce cuando
sus habitantes emigran o mueren y no son reemplazados por otros. Conflictos
humanos o catástrofes naturales suelen estar en el origen de la emigración o la
muerte repentina de grandes masas de población. De este modo, las guerras, los
cambios políticos o administrativos, la intolerancia religiosa, los problemas
ambientales o la llegada de nuevas enfermedades han forjado el mapa demográfico
de todos los países a lo largo de su historia y España no es una excepción. La
romanización, por ejemplo, llevó a la desaparición de muchas antiguas aldeas
celtíberas que no se adaptaban a los usos y costumbres impuestos por el invasor.
Gracias a estudios y excavaciones arqueológicas
cada día son más los despoblados de este período catalogados y muchos de
ellos aún conservan algunos elementos en pie. Durante la Reconquista se fundaron
innumerables aldeas en Castilla y Aragón con colonos traídos del norte, única
forma de garantizar una ocupación permanente del territorio. De ahí que la mayor
parte de los pueblos y ciudades en estas regiones hayan sido fundados entre los
siglos XI y XV coincidiendo con el avance cristiano hacia el sur. La
colonización de estas tierras propició un rápido crecimiento de la población
hasta que en el siglo XIV una crisis agraria desató la hambruna generalizada.
Con las técnicas agrícolas de la época no se podía alimentar a una población
creciente, lo que desembocó en un fuerte movimiento migratorio de los campesinos
más pobres hacia otras regiones y ciudades en busca de sustento. Para empeorar
el panorama, durante esa época de desencadenaron en toda Europa una serie de
epidemias llamadas genéricamente
Peste Negra
(peste pulmonar o bubónica) que se repitieron en ciclos de diez años durante los
siglos XIV y XV. La Peste fue más virulenta en zonas urbanas y en la costa
mediterránea que en el interior. Se calcula que Cataluña perdió un 40% de su
población y Castilla un 25%. La hambruna y la peste combinadas acabaron con los
habitantes de muchísimos pueblos en todo el país. Existen multitud de
referencias de aldeas abandonadas en esa época, ya sea porque todos sus
pobladores fueron víctimas de la enfermedad o porque los que sobrevivieron
emigraron rápidamente para no contagiarse. En la provincia de Palencia hay
contabilizados 82 despoblados a causa de La Peste, aunque el paso del tiempo ha
hecho que muchos de ellos sean ilocalizables. Otra causa importante de
despoblación fue la expulsión de los moriscos. La población morisca era bastante
numerosa en Valencia, Aragón y Andalucía. En Valencia suponía nada menos que el
33% de sus habitantes y su expulsión derivó en el abandono de muchas comarcas y
pueblos, algunos de ellos con ruinas aún en pie, como
Alhabia y Benimina, en la Sierra de los Filabres. Los cambios políticos
constantes que se sucedieron durante el siglo XIX también dejaron un reguero de
aldeas abandonadas. La desamortización de las propiedades comunales y
eclesiásticas llevadas a cabo durante los gobiernos liberales, principalmente
por Mendizábal y Madoz, hicieron que muchas aldeas se quedaran sin poder
administrar las tierras comunales que proporcionaban el sustento a sus vecinos.
De modo que tuvieron que emigrar o pasar a trabajar para el noble o acaudalado
señor que hubiese comprado esas propiedades en pública subasta. Este parece
haber sido el caso de
Mazariegos, en Burgos. Ya en el siglo XX, tenemos algunos pueblos
abandonados durante la Guerra Civil, como es el caso de
Belchite,
que antes de la batalla que se libró en sus calles tenía 5000 habitantes, de los
cuales sobrevivieron sólo 2000, aunque también existen algunos menos conocidos
como
Sacedoncillo, en Guadalajara. En los años de 1950 da comienzo el gran éxodo
rural hacia las urbes del país, motivado esta vez por un boom económico que
cobró impulso gracias al turismo y la industria. Este movimiento de población,
que aún hoy sigue vivo en algunas provincias españolas, fue motivado no sólo por
la necesidad de mano de obra en los nuevos centros de desarrollo, sino por un
aumento considerable de la obra pública, fundamentalmente la construcción de
nuevos embalses y la ejecución de ambiciosos planes de reforestación. Estos dos
asuntos contribuyeron al abandono definitivo de muchas aldeas, unas por quedar
sumergidas y otras por perder sus mejores tierras de cultivo ante el avance del
Estado expropiador. La guinda del pastel la puso, años después, la mecanización
del campo, eliminando la necesidad de contratar una ingente mano de obra en las
tareas agrícolas. Si comparamos las cifras de
población rural entre los censos de 1950 y 2007 vemos el resultado de estas
políticas centradas exclusivamente en el desarrollo urbano, que han dejado
completamente marginadas muchas zonas rurales. Se deduce claramente de ellas que
el principal papel del medio rural durante las últimas décadas ha sido el de
proveedor de mano de obra barata para unas industrias y servicios en creciente
desarrollo. Una vez agotados esos recursos humanos, el proceso urbanizador
continuó, pero esta vez alimentado por mano de obra extranjera. Hoy vemos
tambalearse este modelo de desarrollo debido a la crisis y es el momento en que
muchos nos preguntamos porqué, teniendo un territorio tan vasto y rico, vivimos
o malvivimos hacinados en las ciudades, cuando a pocos kilómetros hay tanto por
hacer.